…continuamos…
Pero nunca es tarde. Esperaron un día, y aquel día llegó. El padre oso salió al campo dejando a la mujer y su hijo encerrados en la cueva, y desde adentro escucharon cómo la bestia se alejaba. Se oyeron unos truenos que anunciaban una pronta tormenta. Mejor así pensaron ambos.
-¡Juanito! ¡Trata de abrir la puerta, mientras tu padre está en el campo! Debemos escapar de este lugar para ir a nuestro pueblo-dijo la madre un tanto desesperada.
-¡lo intentaré madre, lo haré! Respondió el muchacho mientras se acercaba a la piedra intentando mecerla. Probó una y otra vez hasta que sintió que la piedra ya se desquiciaba.
-¡No te detengas, te ayudaré hacerlo! Reiteró doña Remigia.
-¡No madre, no es necesario, ya se está moviendo, pronto lo habré logrado! Y tensando sus fuertes músculos, dejando descansar el pie derecho contra una piedra sembrada en el piso sacó todas sus fuerzas, y empujando con el hombro de ese mismo lado sintió por fin que la enorme mole se iba desplazando para dejar entrar poco a poco una fuerte luz que provenía de allá afuera, que la madre dejó de ver por muchos años.
-¡Ya madre, se abrió! ¡Por fin libres!, bajemos rápido antes que venga mi padre-dijo Juan Osito, mientras la lluvia entre truenos y relámpagos no les dejaba escuchar el fuerte palpitar de sus corazones y sus rápidos movimientos para abandonar la guarida.
El padre oso, que en esos precisos momentos se acercaba, como a cincuenta metros de distancia, distinguió que la pareja estaba abandonando la cueva y botando la leña que traía en sus lomos apresuró su paso para impedir la fuga…corrió pesadamente…quiso trepar por un acceso más rápido, y pensando hacerlo cayó, entretanto se reponía, la pareja ya estaba caminando a la libertad.
Bajaron por el acantilado y caminando de prisa se dirigieron hacia su pueblo, la Jalca Grande. Tras larga caminata, escondiéndose en la frondosidad del bosque, venciendo la torrencial lluvia de ese día, iban aproximándose a su lar nativo. A lo lejos, desde el cerro donde se ubica la capilla de San Roque, los moradores vieron cómo una mujer y un extraño joven, a paso ligero, se aproximaban al poblado, y tras de ellos un enorme oso ya casi les alcanzaba.
-¡Pronto, traigamos piedras y palos, nuestro puñales, nuestras herramientas para matar a la bestia, sino les dará muerte a ellos! Dijeron.
Y así lo hicieron, pronto se reunió una gran cantidad de vecinos y se enfrentaron al corpulento y desenfrenado animal. Sintiéndose acorralado el padre oso subió a uno de los árboles y en su intento de escapar su pata trasera se incrustó en una de las ramas secas, lo que le impidió avanzar, momento en que aprovecharon los cazadores para darle muerte.
Cobijaron a la pareja. Ellos contaron todo lo acontecido, y vieron al joven muchacho, de facciones híbridas, que procedía de su padre animal y su madre una auténtica mujer.
(Copiado tal cual del libro: “Amazonas. Relatos de mi pueblo”- 2004)
Pero nunca es tarde. Esperaron un día, y aquel día llegó. El padre oso salió al campo dejando a la mujer y su hijo encerrados en la cueva, y desde adentro escucharon cómo la bestia se alejaba. Se oyeron unos truenos que anunciaban una pronta tormenta. Mejor así pensaron ambos.
-¡Juanito! ¡Trata de abrir la puerta, mientras tu padre está en el campo! Debemos escapar de este lugar para ir a nuestro pueblo-dijo la madre un tanto desesperada.
-¡lo intentaré madre, lo haré! Respondió el muchacho mientras se acercaba a la piedra intentando mecerla. Probó una y otra vez hasta que sintió que la piedra ya se desquiciaba.
-¡No te detengas, te ayudaré hacerlo! Reiteró doña Remigia.
-¡No madre, no es necesario, ya se está moviendo, pronto lo habré logrado! Y tensando sus fuertes músculos, dejando descansar el pie derecho contra una piedra sembrada en el piso sacó todas sus fuerzas, y empujando con el hombro de ese mismo lado sintió por fin que la enorme mole se iba desplazando para dejar entrar poco a poco una fuerte luz que provenía de allá afuera, que la madre dejó de ver por muchos años.
-¡Ya madre, se abrió! ¡Por fin libres!, bajemos rápido antes que venga mi padre-dijo Juan Osito, mientras la lluvia entre truenos y relámpagos no les dejaba escuchar el fuerte palpitar de sus corazones y sus rápidos movimientos para abandonar la guarida.
El padre oso, que en esos precisos momentos se acercaba, como a cincuenta metros de distancia, distinguió que la pareja estaba abandonando la cueva y botando la leña que traía en sus lomos apresuró su paso para impedir la fuga…corrió pesadamente…quiso trepar por un acceso más rápido, y pensando hacerlo cayó, entretanto se reponía, la pareja ya estaba caminando a la libertad.
Bajaron por el acantilado y caminando de prisa se dirigieron hacia su pueblo, la Jalca Grande. Tras larga caminata, escondiéndose en la frondosidad del bosque, venciendo la torrencial lluvia de ese día, iban aproximándose a su lar nativo. A lo lejos, desde el cerro donde se ubica la capilla de San Roque, los moradores vieron cómo una mujer y un extraño joven, a paso ligero, se aproximaban al poblado, y tras de ellos un enorme oso ya casi les alcanzaba.
-¡Pronto, traigamos piedras y palos, nuestro puñales, nuestras herramientas para matar a la bestia, sino les dará muerte a ellos! Dijeron.
Y así lo hicieron, pronto se reunió una gran cantidad de vecinos y se enfrentaron al corpulento y desenfrenado animal. Sintiéndose acorralado el padre oso subió a uno de los árboles y en su intento de escapar su pata trasera se incrustó en una de las ramas secas, lo que le impidió avanzar, momento en que aprovecharon los cazadores para darle muerte.
Cobijaron a la pareja. Ellos contaron todo lo acontecido, y vieron al joven muchacho, de facciones híbridas, que procedía de su padre animal y su madre una auténtica mujer.
(Copiado tal cual del libro: “Amazonas. Relatos de mi pueblo”- 2004)