Continuamos con la segunda parte del “Origen del lago
de Pomacochas”.
Al primer canto del gallo, o sea a la media noche, una
música muy hermosa se dejó escuchar en la lejanía, la cual se hizo más clara al
aproximarse al pueblo. Los habitantes, que además eran muy curiosos, dejaron
sus lechos y salieron a aguaitar. Grande fue la sorpresa de estos cuando sobre
el cerro de Tranca Urco vieron una nube blanca que parecía una sábana, y que
extendiéndose sobre la ciudad la envolvía por completo. Asustados pretendieron
huir, pero las aguas se precipitaron, sepultando en sus entrañas a todos los habitantes.
Gran cantidad de bandejas de oro y plata llegaron arrastradas por la corriente;
en la más grande y hermosa, venia la madre de la laguna. Por ultimo apareció el
anciano, llevando en sus manos un gran plato lleno de manteca, con pecas,
plantas de totora, carricillo y cortadera, así como un huevo de pato. En el
mismo instante en el que lo arrojo al agua, cayó un rayo y partió el huevo, y
salieron volando patos y gaviotas. Los peces se multiplicaron y las plantas
bordearon la laguna.
Cuando amaneció, la señora y sus hijos vieron con
asombro que el pueblo había desaparecido, y que en su lugar había una laguna de
aguas azules y sobre ella se levantó un deslumbrante arco iris, tal como
la había mencionado el mendigo misterioso. Ese mismo día los habitantes
de Chachapoyas notaron con asombro también que la laguna del Tapial había
desaparecido totalmente, quedando en cambio una extensa llanura cubierta de
verde yerba.
Es creencia general que las almas de los que mueren a
consecuencia de la inundación, se han convertido
en " sirenas", las cuales tienen por costumbre robar
criaturas para llevarlas a vivir a su "ciudad Encantada", bajo
las aguas.
Durante muchos años la laguna de Pomacochas fue
el terror de los de los nuevos pobladores, descendientes de la única familia
sobreviviente y otras que emigraron de los vecinos pueblos de Gualulo y
Tiapollo, tales como la Chicana los Catpo y los Ocmata.
Para calmar la furia de
las aguas y de los seres que en ella habitan, pidieron al cura-párroco que
bendijera la laguna. El buen sacerdote aceptó gustoso, y entrado en una
balsa derramó agua bendita en los "ojos" de la laguna. En este
momento se levantó una gran tempestad, y apareció un enorme pez rojo, que
mordieron al cura en el brazo, intento hundirlo. Sus acompañantes lo
salvaron, pero días después murió “secándose como un palo”.
Después de este acontecimiento nadie se atrevía
a navegar en la laguna, hasta que don Vidal Catpo se decidió a desafiar el
peligro y la vadeo en una canoa. Desde entonces de desterró el miedo, y hoy
nadie le teme, pues todos los días navegan en sus aguas canoas cargadas de
cosechas.